Un día, cuando yo era niña, mamá desenpolvó una misteriosa caja de lo alto de un armario. De ella salieron una muñeca, un juego de construcciones con piezas de madera, un patinete... Eran juguetes suyos, utilizados y guardados con cariño. Se veían usados pero en buen estado, y descubrí que estaban también llenos de historia: de esos objetos salieron conversaciones sobre juegos, sobre amigos y aventuras de su infancia. Cuando lo recuerdo, no sabría decir si el auténtico regalo fue aquella caja o todo lo que, después de abrirla, pude compartir con mamá.
Años más tarde nació mi hija y, en las primeras Navidades, empecé a buscar juguetes, todos nuevos. Yo no guardaba gran cosa que hablase de mi infancia, y me acordé de la caja de mi madre. Aquellos objetos sólidos, de una calidad que permitía el paso del tiempo y de una estética sencilla pero inspiradora, llenos de posibilidades para la exploración y la creatividad de los pequeños...¿dónde estaban?
En realidad, muchos de los juguetes que compraba no me gustaban. Me parecían poco consistentes, mal hechos o de dudoso gusto, aunque fuesen muy elaborados (¿demasiado?) y sedujeran fácilmente a mis hijos con luces, sonidos, movimientos...o incluso con todo eso a la vez. Tenemos muchas excusas: es la oferta que hay, las alternativas son caras, así son los tiempos que vivimos...pero esos objetos destinados a durar una única temporada y a agotar su encanto rápidamente, no me satisfacen. Y me pregunto, ¿satisfacen entonces a nuestros niños y niñas?
¿Podría ofrecerles, en cambio, juguetes y objetos hechos con materiales más nobles y sólidos, y también sostenibles? Que den el protagonismo real a los pequeños usuarios, y les ofrezcan mil opciones de descubrimiento y de juego? Que se puedan reparar y no tengan una corta fecha de caducidad? ¿Podría..?
Hoy lo que quiero es que mis hijos tengan juguetes y materiales que a ellos y a mí nos enamoren y que no queramos tirar nunca. Que tengan un sentido que sobrepase el tiempo, la velocidad y las modas. Que sean de una calidad que les enriquezca y les acompañe. Porque nos vendan lo que nos vendan, lo cierto es que el juego está en el corazón de la vida de nuestros hijos e hijas, y se merecen que le demos un mayor valor.
Años más tarde nació mi hija y, en las primeras Navidades, empecé a buscar juguetes, todos nuevos. Yo no guardaba gran cosa que hablase de mi infancia, y me acordé de la caja de mi madre. Aquellos objetos sólidos, de una calidad que permitía el paso del tiempo y de una estética sencilla pero inspiradora, llenos de posibilidades para la exploración y la creatividad de los pequeños...¿dónde estaban?
En realidad, muchos de los juguetes que compraba no me gustaban. Me parecían poco consistentes, mal hechos o de dudoso gusto, aunque fuesen muy elaborados (¿demasiado?) y sedujeran fácilmente a mis hijos con luces, sonidos, movimientos...o incluso con todo eso a la vez. Tenemos muchas excusas: es la oferta que hay, las alternativas son caras, así son los tiempos que vivimos...pero esos objetos destinados a durar una única temporada y a agotar su encanto rápidamente, no me satisfacen. Y me pregunto, ¿satisfacen entonces a nuestros niños y niñas?
¿Podría ofrecerles, en cambio, juguetes y objetos hechos con materiales más nobles y sólidos, y también sostenibles? Que den el protagonismo real a los pequeños usuarios, y les ofrezcan mil opciones de descubrimiento y de juego? Que se puedan reparar y no tengan una corta fecha de caducidad? ¿Podría..?
Hoy lo que quiero es que mis hijos tengan juguetes y materiales que a ellos y a mí nos enamoren y que no queramos tirar nunca. Que tengan un sentido que sobrepase el tiempo, la velocidad y las modas. Que sean de una calidad que les enriquezca y les acompañe. Porque nos vendan lo que nos vendan, lo cierto es que el juego está en el corazón de la vida de nuestros hijos e hijas, y se merecen que le demos un mayor valor.
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